18.9.12

Montañas


Comenzamos a caminar ya casi de noche, la poca luz que llegaba del cielo sin sol nos permitía distinguir a duras penas la siguiente piedra sobre la que poner el pie, piedras blancas, cubriendo todo el camino de más de un metro de ancho. Aquella no era una senda cualquiera, era el camino real que seguía Alfonso XIII en sus cacerías reales. Un camino que nos cruzaríamos a menudo los siguientes tres días.

El primer refugio estaba muy cerca de donde dejamos el coche, ahí en algún lugar entre las sombras, al pie de las montañas, con dos perros enormes y cansados guardando la puerta. Al amanecer nos asomamos al paisaje amarillo y gris que nos acompañaría hasta la vuelta. Aquí abajo aun predominaba el amarillo descolorido de la hierva castigada por los interminables días del verano que llega a su fin. Según fuésemos subiendo, el gris de las piedras de granito lo cubriría todo, con el único añadido de un indefinible verde ácido fosforescente en forma de liquen alienígena que tapizaba a manchas el paisaje, como una extraña enfermedad de la piel.

La Laguna Grande de Gredos no era realmente digna de su nombre cuando llegamos, fue una pequeña decepción, la intensa sequía de ese año había disminuido el caudal de los riachuelos al punto de dejar un lago adelgazado y consumido, una sombra de lo que debe ser en primavera tras el deshielo. Pero aún así, nuestros corazones no desfallecían y el hermoso paisaje del circo de Gredos nos robaba el aliento, ensanchando nuestros espíritus.

Fuimos a las Cinco Lagunas y nos asomamos con algo de vértigo al valle que las contenía, pero la ascensión al Almanzor era la cita ineludible de la pequeña escapada. Allá arriba parece que todo se ha roto en mil pedazos y las rocas yacen desordenadas por doquier, muchas veces en un precario equilibrio que nos hace temer un desprendimiento. Pero todas permanecen quietas, inmóviles, ensimismadas en un silencio eterno. Y sin embargo la estampa parece la de una furiosa batalla y una absoluta destrucción, solo que ahora todo está congelado… O tal vez esa furiosa destrucción sea a cámara lenta, tan lenta que no se puede apreciar a simple vista, pero sigue sucediendo, el proceso continúa, las rocas se parten, se mueven, se desprenden y deslizan ladera abajo ante nuestros ojos, aunque no podamos “verlo”. Y nosotros caminamos por encima del desastre, saltando de roca en roca, a una velocidad de vértigo… o eso pensarán las rocas al vernos pasar.









2 comentarios:

Edy García dijo...

Una magnífica ruta Juan y estupendas fotos. Mañana hacemos una ruta facilona, desde el puerto Navacerrada a Bola del Mundo, nacimiento del río Manzanares y hasta el pico de la Maliciosa. Saludos. No me sale la opción de seguirte en el blog :/

Juan Rayos dijo...

Gracias Edy! seguro que disfrutáis de la ruta.
He habilitado el seguimiento por mail e intentado lo del feed, pero creo que hay algún problema...
De todas formas intento notificar las entradas siempre a traves de Twitter.
Un saludo